viernes, 3 de mayo de 2013

Fábula del día


Felix María Samaniego

Escritor español, famoso por sus Fábulas morales. Junto con Tomás de Iriarte es considerado el mejor de los fabulistas españoles.
Publicadas en 1784, las Fábulas morales recogen un total de 157 composiciones, distribuidas en nueve libros y precedidas de un prólogo. Fueron compuestas para los alumnos del Colegio de Vergara, en cuya labor pedagógica colaboraba. 
Su intención está dentro del carácter didáctico de la literatura neoclásica e ilustrada y respondía a la máxima estética de instruir deleitando. Debieron de influir en la elección del género sus conocimientos de la literatura francesa, en especial de La Fontaine, aunque Samaniego no es un mero traductor, sino que actualiza la materia tradicional desde las fuentes clásicas (Esopo y Fedro), aumenta los datos explicativos y dramatiza las escenas en relación con la función didáctica que pretende.

Imagen ampliada


El congreso de los ratones

Desde el gran Zapirón, el blanco y rubio, que después de las aguas del diluvio fue Padre universal de todo gato, ha sido Miauragato quien más sangrientamente persiguió a la infeliz ratona gente. 
Lo cierto es que, obligada de su persecución la desdichada, en Ratópolis tuvo su Congreso. Propuso el elocuente Roequeso echarle un cascabel, y de esa suerte al ruido escaparían de la muerte. 
El proyecto aprobaron uno a uno, ¿quién lo ha de ejecutar?, eso ninguno. «Yo soy corto de vista. -Yo muy viejo.- Yo gotoso», decían. El Concejo se acabó como muchos en el mundo. 
Proponen un proyecto sin segundo: lo aprueban: hacen otro. ¡Qué portento!, pero ¿la ejecución? Ahí está el cuento.



Moraleja... ¿a qué me suena esto?


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jueves, 2 de mayo de 2013

Cuento del día: "El almohadón de plumas" H.Quiroga










Hoy presentamos al maestro del cuento hispanoamericano:

Horacio Quiroga

 

El almohadón de plumas

Su luna de miel fue un largo escalofrío. Rubia, angelical y tímida, el carácter duro de su marido heló sus soñadas niñerías de novia. Ella lo quería mucho, sin embargo, a veces con un ligero estremecimiento cuando volviendo de noche juntos por la calle, echaba una furtiva mirada a la alta estatura de Jordán, mudo desde hacía una hora. Él, por su parte, la amaba profundamente, sin darlo a conocer.


Durante tres meses -se habían casado en abril- vivieron una dicha especial.Sin duda hubiera ella deseado menos severidad en ese rígido cielo de amor, más expansiva e incauta ternura; pero el impasible semblante de su marido la contenía siempre.La casa en que vivían influía un poco en sus estremecimientos. La blancura del patio silencioso -frisos, columnas y estatuas de mármol- producía una otoñal impresión de palacio encantado. Dentro, el brillo glacial del estuco, sin el más leve rasguño en las altas paredes, afirmaba aquella sensación de desapacible frío. Al cruzar de una pieza a otra, los pasos hallaban eco en toda la casa, como si un largo abandono hubiera sensibilizado su resonancia.


En ese extraño nido de amor, Alicia pasó todo el otoño. No obstante, había concluido por echar un velo sobre sus antiguos sueños, y aún vivía dormida en la casa hostil, sin querer pensar en nada hasta que llegaba su marido.No es raro que adelgazara. Tuvo un ligero ataque de influencia que se arrastró insidiosamente días y días; Alicia no se reponía nunca. Al fin una tarde pudo salir al jardín apoyada en el brazo de él. Miraba indiferente a uno y otro lado. De pronto Jordán, con honda ternura, le pasó la mano por la cabeza, y Alicia rompió en seguida en sollozos, echándole los brazos al cuello. Lloró largamente todo su espanto callado, redoblando el llanto a la menor tentativa de caricia. 

Luego los sollozos fueron retardándose, y aún quedó largo rato escondida en su cuello, sin moverse ni decir una palabra.Fue ese el último día que Alicia estuvo levantada. Al día siguiente amaneció desvanecida. El médico de Jordán la examinó con suma atención, ordenándole calma y descanso absolutos.-No sé -le dijo a Jordán en la puerta de calle, con la voz todavía baja-. Tiene una gran debilidad que no me explico, y sin vómitos, nada... Si mañana se despierta como hoy, llámeme enseguida.


Al otro día Alicia seguía peor. Hubo consulta. Constatóse una anemia de marcha agudísima, completamente inexplicable. Alicia no tuvo más desmayos, pero se iba visiblemente a la muerte. Todo el día el dormitorio estaba con las luces prendidas y en pleno silencio. Pasábanse horas sin oír el menor ruido. Alicia dormitaba. Jordán vivía casi en la sala, también con toda la luz encendida. Paseábase sin cesar de un extremo a otro, con incansable obstinación. La alfombra ahogaba sus pasos. A ratos entraba en el dormitorio y proseguía su mudo vaivén a lo largo de la cama, mirando a su mujer cada vez que caminaba en su dirección.


Pronto Alicia comenzó a tener alucinaciones, confusas y flotantes al principio, y que descendieron luego a ras del suelo. La joven, con los ojos desmesuradamente abiertos, no hacía sino mirar la alfombra a uno y otro lado del respaldo de la cama. Una noche se quedó de repente mirando fijamente. Al rato abrió la boca para gritar, y sus narices y labios se perlaron de sudor.-¡Jordán! ¡Jordán! -clamó, rígida de espanto, sin dejar de mirar la alfombra.Jordán corrió al dormitorio, y al verlo aparecer Alicia dio un alarido de horror.-¡Soy yo, Alicia, soy yo!Alicia lo miró con extravió, miró la alfombra, volvió a mirarlo, y después de largo rato de estupefacta confrontación, se serenó. Sonrió y tomó entre las suyas la mano de su marido, acariciándola temblando.


Entre sus alucinaciones más porfiadas, hubo un antropoide, apoyado en la alfombra sobre los dedos, que tenía fijos en ella los ojos.Los médicos volvieron inútilmente. Había allí delante de ellos una vida que se acababa, desangrándose día a día, hora a hora, sin saber absolutamente cómo. En la última consulta Alicia yacía en estupor mientras ellos la pulsaban, pasándose de uno a otro la muñeca inerte. La observaron largo rato en silencio y siguieron al comedor.-Pst... -se encogió de hombros desalentado su médico-. Es un caso serio... poco hay que hacer...-¡Sólo eso me faltaba! -resopló Jordán. Y tamborileó bruscamente sobre la mesa.Alicia fue extinguiéndose en su delirio de anemia, agravado de tarde, pero que remitía siempre en las primeras horas. Durante el día no avanzaba su enfermedad, pero cada mañana amanecía lívida, en síncope casi. Parecía que únicamente de noche se le fuera la vida en nuevas alas de sangre. Tenía siempre al despertar la sensación de estar desplomada en la cama con un millón de kilos encima. Desde el tercer día este hundimiento no la abandonó más. Apenas podía mover la cabeza. No quiso que le tocaran la cama, ni aún que le arreglaran el almohadón. Sus terrores crepusculares avanzaron en forma de monstruos que se arrastraban hasta la cama y trepaban dificultosamente por la colcha.


Perdió luego el conocimiento. Los dos días finales deliró sin cesar a media voz. Las luces continuaban fúnebremente encendidas en el dormitorio y la sala. En el silencio agónico de la casa, no se oía más que el delirio monótono que salía de la cama, y el rumor ahogado de los eternos pasos de Jordán.Alicia murió, por fin. La sirvienta, que entró después a deshacer la cama, sola ya, miró un rato extrañada el almohadón.-¡Señor! -llamó a Jordán en voz baja-. En el almohadón hay manchas que parecen de sangre.Jordán se acercó rápidamente Y se dobló a su vez. Efectivamente, sobre la funda, a ambos lados del hueco que había dejado la cabeza de Alicia, se veían manchitas oscuras.-Parecen picaduras -murmuró la sirvienta después de un rato de inmóvil observación.-Levántelo a la luz -le dijo Jordán.La sirvienta lo levantó, pero enseguida lo dejó caer, y se quedó mirando a aquél, lívida y temblando. Sin saber por qué, Jordán sintió que los cabellos se le erizaban.-¿Qué hay? -murmuró con la voz ronca.-Pesa mucho  -articuló la sirvienta, sin dejar de temblar.Jordán lo levantó; pesaba extraordinariamente. Salieron con él, y sobre la mesa del comedor Jordán cortó funda y envoltura de un tajo. Las plumas superiores volaron, y la sirvienta dio un grito de horror con toda la boca abierta, llevándose las manos crispadas a los bandós. Sobre el fondo, entre las plumas, moviendo lentamente las patas velludas, había un animal monstruoso, una bola viviente y viscosa. Estaba tan hinchado que apenas se le pronunciaba la boca.


Noche a noche, desde que Alicia había caído en cama, había aplicado sigilosamente su boca -su trompa, mejor dicho- a las sienes de aquélla, chupándole la sangre. La picadura era casi imperceptible. La remoción diaria del almohadón había impedido sin duda su desarrollo, pero desde que la joven no pudo moverse, la succión fue vertiginosa. En cinco días, en cinco noches, había vaciado a Alicia.


Estos parásitos de las aves, diminutos en el medio habitual, llegan a adquirir en ciertas condiciones proporciones enormes. La sangre humana parece serles particularmente favorable, y no es raro hallarlos en los almohadones de pluma.

miércoles, 1 de mayo de 2013

Poema del día para todos los trabajadores


Desde EstudioLector valoramos que esta situación crítica 

actual conecta con la poesía de Gabriel Celaya, que según 

la publicación de la revista "Gibralfaro" de Francisco 

Morales, el poeta desde un compromiso histórico-social, 

empleó la poesía como un instrumento de reivindicación 

benéfico y transformación del statu quo del momento: la 

poesía como arma cargada de futuro, la poesía para 

transformar la sociedad.  

Gabriel Celaya se consideraba un obrero del verso, 

valoren ustedes con la lectura siguiente.







LA POESÍA ES UN ARMA CARGADA DE FUTURO 



Cuando ya nada se espera personalmente exaltante,mas se palpita y se sigue más acá de la conciencia,fieramente existiendo, ciegamente afirmado,como un pulso que golpea las tinieblas,cuando se miran de frentelos vertiginosos ojos claros de la muerte,se dicen las verdades:las bárbaras, terribles, amorosas crueldades.


Se dicen los poemasque ensanchan los pulmones de cuantos, asfixiados,piden ser, piden ritmo,piden ley para aquello que sienten excesivo.


Con la velocidad del instinto,con el rayo del prodigio,como mágica evidencia, lo real se nos convierteen lo idéntico a sí mismo.


Poesía para el pobre, poesía necesariacomo el pan de cada día,como el aire que exigimos trece veces por minuto,para ser y en tanto somos dar un sí que glorifica.


Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejandecir que somos quien somos,nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno.Estamos tocando el fondo.


Maldigo la poesía concebida como un lujocultural por los neutralesque, lavándose las manos, se desentienden y evaden.Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.


Hago mías las faltas. Siento en mí a cuantos sufreny canto respirando.Canto, y canto, y cantando más allá de mis penaspersonales, me ensancho.


Quisiera daros vida, provocar nuevos actos,y calculo por eso con técnica qué puedo.Me siento un ingeniero del verso y un obreroque trabaja con otros a España en sus aceros.


Tal es mi poesía: poesía-herramientaa la vez que latido de lo unánime y ciego.Tal es, arma cargada de futuro expansivocon que te apunto al pecho.


No es una poesía gota a gota pensada.No es un bello producto. No es un fruto perfecto.Es algo como el aire que todos respiramosy es el canto que espacia cuanto dentro llevamos.


Son palabras que todos repetimos sintiendocomo nuestras, y vuelan. Son más que lo mentado.Son lo más necesario: lo que no tiene nombre.Son gritos en el cielo, y en la tierra son actos.






Según el artículo de la revista de Crítica Literaria, Gabriel Celaya pensaba que el poeta debía ser un portavoz de los demás, considerados como sus compañeros, y el poema debía ser entendido como algo que los demás escribirían y entenderían: la gente debe hacer suyos los poemas porque el poeta siente lo ajeno como lo propio. 

El acto poético, por tanto, sólo se produce cuando el lector que está leyendo unos versos los considera como propios y como tal los podría haber escrito. El poeta social debe sentirse el uno con el otro porque piensa que la poesía eres tú, lector. Eso es la poesía social.

El pensamiento en el lector como un instrumento fundamental. Y, entre los grandes guías de esta línea de pensamiento, debe situarse también la poesía de Antonio Machado, uno de los grandes maestros, una bandera estética, una poesía lisa, llana, sencilla, directa, que busca a la persona, como le gustaba a Celaya, que lo consideró siempre uno de sus maestros. Pero también en su poesía está presente Bécquer y San Juan de la Cruz, de quien afirmó que fue uno de los mejores poetas de la literatura española.


ENLACES



http://www.gabrielcelaya.com/